Comentario
Si hay civilizaciones y pueblos cuya historia haya despertado la admiración y excitado la imaginación de escritores, filósofos y tratadistas, y aun de gentes simplemente interesadas en el conocimiento de la gran aventura de la humanidad en su búsqueda de formas de cultura y sistemas de organización social, económica y política, uno de ellos es, sin duda, el inca.
Desde el momento mismo en que su existencia es dada a conocer por los protagonistas de la empresa de descubrimiento y conquista de las tierras peruanas, se advierte en el mundo occidental una actitud primero de simple curiosidad, y en seguida de profundo interés y viva admiración por cuantas noticias llegan de ese fabuloso mundo del Tahuantinsuyu, el Reino de las Cuatro Regiones. Para los utopistas del siglo XVII y los ilustrados del XVIII, el modelo incaico se mantuvo en esa línea de interés, justificada por la originalidad de sus instituciones, que siguen siendo consideradas como signo diferenciador de un tipo de cultura excepcional, capaces de que Toynbee otorgue a la de los incas un lugar preferente entre sus veintiuna civilizaciones originales.
El estado actual del conocimiento sobre la civilización incaica está determinado por la generalización de una postura revisionista que intenta orientar la interpretación de las fuentes tradicionales a la luz de documentos administrativos de los siglos XVI y XVII, cuyos datos permiten a veces comprobar la exactitud de las noticias recogidas por cronistas e historiadores, pero que en otros casos indican la realidad del verdadero funcionamiento de unas instituciones no absolutamente comprendidas por los autores de esas crónicas e historias, demasiado condicionados por su mentalidad europea, ajena a los patrones de comportamiento del hombre indígena americano.
No obstante, las consecuencias de esa postura revisionista no nos permiten por el momento establecer de manera definitiva una nueva versión sobre la historia y las instituciones incaicas, que aquí vamos a exponer siguiendo la corriente tradicional, con sólo algunas observaciones respecto a las posibilidades de esa nueva interpretación.
Es necesario subrayar, ante todo, el hecho de que el carácter ágrafo de las culturas andinas es la nota determinante de esa inseguridad en su conocimiento ya mencionada. Es cierto que la carencia de escritura estuvo compensada por el vigor de una tradición histórica transmitida directamente sobre la base de relatos, cuya memoria se conservaba a través de un cuerpo de funcionarios estatales, los quipucamayocs, o de una simple tradición oral entre la gente del pueblo.